"La invención de la metáfora": artículo de Francia Fernández del que participé
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- Escrito por Gloria Gitaroff
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¿Qué tal si aprovechan el libro o el artículo que acaban de leer? Si quieren saber como Tips para escribir
¿Por qué esta página? Para que muchos más sepan de qué manera ayudo a escribir trabajos científicos, tesis, tesinas, TIF y demás escritos académicos de grado y postgrado que tantos sufrimientos ocasionan. Son "Las desventuras del conocimiento científico" (sí, como el título del libro de Klimovsky). Escribo desde siempre y, desde que tuve edad y conocimientos suficientes, también escribo sobre psicoanálisis.Como psicoanalista, además de mi trabajo en el consultorio, me interesa investigar las dificultades que aparecen a la hora de escribir. Como escritora de ficción, de ensayos o de notas para los medios, vivo esas dificultades todos los días.
Soy una lectora desordenada y ávida cuando leo literatura, y prolija y sistemática con los trabajos científicos, que leo porque sigo estudiando, y por mi habitual pertenencia a comités editores de revistas psicoanalíticas. Doy seminarios y acompaño a colegas y estudiantes a escribir. De la experiencia acumulada nació mi libro Claves para escribir sobre psicoanálisis - Del borrador al texto publicado y, según me dicen una y otra vez, les resulta de gran ayuda. > LEER MÁS
Claves para escribir sobre psicoanálisis - Del borrador al texto publicado, Gloria Gitaroff
Letra Viva, 2010
Contratapa:
¿Por qué a todos nos cuenta tanto escribir? ¿Qué clima se crea cuando se escribe con frases largas? ¿Hasta cuándo hay que corregir un escrito? ¿En qué se diferencia un escrito psicoanalítico o académico de uno literario?
De tales cuestiones (y de muchas otras) habla este libro, ya que escribir es formularse todo el tiempo preguntas sobre las que tomar decisiones pequeñas, acerca de si mejora el sentido una coma o un punto y coma, o decisiones grandes. De esas decisiones depende que un texto exprese cabalmente nuestros pensamientos.
Se trata de un libro útil, ameno y original, que enlaza con soltura el psicoanálisis y su clínica a la literatura. Les interesará a los estudiantes y a los autores con experiencia, ya que se propone como una práctica herramienta para tener a mano a la hora de escribir trabajos teóricos o historiales, viñetas, informes de supervisión, notas para la prensa o libros sobre psicoanálisis, y prepararlos de manera adecuada para lograr su publicación. Click en la tapa para leer más >
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https://laepoca.apa.org.ar/20/freud-en-los-primeros-tiempos/
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https://www.youtube.com/watch?v=KpqGBhJQUmc
Empecé el año leyendo un libro increíble, un libro sobre rock, aunque no le hago justicia diciendo rock, es una platea en primera fila a un mundo de música ligera, de say no more, a través de los ojos de alguien que las vivió de adentro.
Si cada ciudad tiene su música, Buenos Aires tiene el tango pero también el rock, y este libro se abre en ese mundo múltiple de la música y los sabores, los viajes, el tour es musical, pero con igual curiosidad, Fabián nos lleva a comer en cada lugar, a descubrir recetas y misterios para luego trasladarlos a su propios restaurantes, creador a ultranza de lugares inesperados y exquisitos.
Alegre Romano.
El primer encuentro con un libro tiene algo de ritual personal y al mismo tiempo, según pudimos comprobar en un grupo de investigación sobre las dificultades de la escritura psicoanalítica, realizado en la Asociación Psicoanalítica Argentina, ese encuentro suele tener un cierto recorrido que se inicia por la tapa, antes de ceder la tentación de dar vuelta el libro para ver la contratapa. Una vez hecho esto, se sigue con una serie de pasos que suelen ser aproximadamente los mismos.
Natalia Neo Poblet y Guido Idiart (comp.) Pablo Fridman, Leonardo Leibson, Elena Nicoletti, Nieves Soria Dafunchio, Elizabeth Barral, Claudia S. Lamovsky, Oscar Zack, y Gustavo Fernando Bertrán.
Agradezco a Natalia Neo Poblet, y Guido Idiart, los compiladores, la invitación a darle la bienvenida a La máquina des-escribir, que inicia su camino, el de devolverle con creces a sus autores los desvelos con que han sido escritos. El diálogo con los lectores está a punto de iniciarse, y estoy segura que pronto otros autores lo tomarán como objeto de estudio, para sus textos.
Tanto los psicoanalistas como los escritores se valen de la palabra y al mismo tiempo, teorizan sobre su quehacer.
Los escritores teorizan en sus obras - a veces sin percibirlo - y también en forma explícita en cartas o diarios personales, en notas al margen de sus manuscritos (Flaubert, 1947). Por su parte los psicoanalistas, a medida que adquieren mayor experiencia clínica, hacen sus propios descubrimientos. Van construyendo una gran variedad de segmentos teóricos: parciales, contradictorios, emparentados a veces con distintos maestros, que se irán enlazando en el preconsciente y acudirán a la conciencia en el momento propicio (Sandler, 1989) A veces, los llevarán al papel y podrán llegar incluso a organizar esos segmentos en una teoría.
Acaso necesiten de estas reflexiones porque los dos, analistas y escritores, realizan una tarea que a menudo sienten escapar de sus manos, y buscan de ese modo atraparla de alguna medida. Sin duda es inquietante convocar los demonios del Averno, cada uno a su modo, pero no ser artífices de lo que promueven y , me atrevería a decir, que a ambos cuadra la analogía freudiana con el inicio de una partida de ajedrez: apenas si ponen en movimiento algo cuyo recorrido describirá una parábola imposible de predecir. (Freud, 1913c p. 1661).
También es cierto que, al echar andar, se irán develando algunos misterios; allí es donde reside buena parte de la pasión que les despierta su trabajo.
Es conocido el interés del psicoanálisis por el creador en general y el literato en particular, lo cual dio nacimiento a notables estudios desde La Gradiva hasta nuestros días. A su vez, el surgimiento del psicoanálisis influyó notablemente en las artes y en la crítica, sobre todo en la literaria.
Ahora bien, dado que en su creador se reúnen el científico y el literato en una espléndida combinación, me propongo indagar algunas consecuencias de “la marca de lo literario sobre la obra del pensamiento psicoanalítico”, que Green (1972 p. 375) menciona pero no investiga.
Veamos entonces cuánto le debe Freud, el psicoanalista, a Freud, el escritor.
Cualquier momento es bueno para acordarse de Rayuela, leerla de nuevo o mejor aún, abrirla por cualquier parte pero, afectos a las celebraciones como somos, este es un momento especialmente propicio, el de los 50 años de su aparición, sorpresa, encantamiento, revelación, suma de circunstancias para que un escritor cuasi desconocido encontrara su editor, y los lectoresdescubrieran una novela entusiastamente distinta, apetecible, sorpresiva, como esos encuentros librados al azar entre la Maga y Oliveira, con que empieza el Capítulo 1 (siempre que uno sea un lector convencional, “que se da citas precisas” o que “aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”.)
Pero, si se es ese otro tipo de lector, que se parece a sus protagonistas, o que hace lo imposible por parecerse y “encontrar el otro lado de la costumbre” empezará “este libro que es a su manera muchos libros, pero sobre todo dos libros”, y seguirá el tablero de dirección propuesto por Cortázar, empezando a leer npor el capítulo 74, que se convierte en primero, y el primero pasará a ser el segundo, pero cuando llegue se encontratá que, de todas maneras, dice:
“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo, de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas…”
Jueves de fin de marzo, 5 de la tarde, camino apurada porque propusieron puntualidad y el único dato que tenía era el punto de reunión. Una vez que se pusieran en marcha, no sabría donde buscarlos.
Las calles de San Telmo están casi vacías, como si la jornada hubiera terminado. En ese barrio se termina de trabajar antes, parece.
Méjico 564, encuentro la puerta de la una vez majestuosa Biblioteca Nacional, y ahí están los (no se si llamarlos espectadores) formando un pequeño grupo.
¿Es aquí, la obra? pregunto al llegar, y un joven con acento catalán nos dice “Esperemos a Robert, debe de estar por llegar.” Nos miramos entre nosotros, esbozamos una mínima presentación, y esperamos.
No hizo falta que nadie nos dijera que era él. Un joven alto, muy delgado, pelirrojo y con un pulcro traje marrón, chaleco, gafas con cristales redondos, sombrero también marrón más un paraguas para subrayar su elegancia. Saldremos a caminar con Joyce, pensé.
Nos saluda con una medida inclinación de cabeza y echa a andar. Suponemos que tenemos que seguirlo. Camina despacio, escrutando rincones, de vez en cuando se da vuelta y nos mira, o trasmite mínimos gestos, buscando algún tipo de complicidad. Se detiene frente a alguna puerta, levanta algún papel del suelo y lo mira con atención, lo vuelve a tirar. Mira el interior de una casa por alguna ventana abierta, entra en un ocasional negocio muy antiguo, de los que todavía quedan sin haber sido tocados por reforma alguna.
La casualidad me deparó leer al mismo tiempo El viejo y el mar de Hemingway[i] y El malestar en la cultura[ii], de Freud.
La lucha contra la Naturaleza, el desafío que en última instancia traerá tarde o temprano la derrota, que no impide que el riesgo sea asumido de todos modos, sumado a la emoción que me deparaba la lectura, donde sin haber conocido jamás la experiencia de la pesca, la tenía, junto a la incertidumbre, los días y noches lejos de la costa, el dolor lacerante de las manos y la espalda despellejadas por el correr del sedal. Estaba yo también ahí, con ese viejo que no contaba con otro recurso para no desfallecer que el de hablar de lo que iba sucediendo, o quizás por eso, porque lo ponía en palabras, me iba haciendo cargo de la expectativa, de la leve ilusión, del rehacerse con el resto de fuerzas que parecían ser las últimas.
Hay una relación entre la histeria y las cartas de amor, y ¿quién no ha escrito o recibido una carta de amor? Las cartas de amor siempre fueron puentes, lazos entre enamorados obligados por alguna circunstancia a permanecer distantes. A veces, basta una separación de apenas horas; aun así la necesidad de escribir para declarar sentimientos se vuelve imperiosa. “No tengo palabras”, suele decirse cuando la emoción es muy fuerte. En la carta de amor, si no se las tiene, se las busca hasta encontrarlas, porque, tal como le escribió una vez el romántico Víctor Hugo a su enamorada Adèle Foucher: “Tienes razón. Hay que amarse y luego hay que decírselo, y luego hay que escribírselo y luego besarse en los labios, en los ojos, en todas partes”.
Julio Cortázar le escribe a los Joquières, su amigo, desde París, Eduardo es poeta y pintor, y también le escribe a María, su mujer, a quien le debemos el hallazgo y la publicación de las cartas (Julio Cortázar - Cartas a Los Jonquières, Santillana, Buenos Aires, 2010).
50 años después, las obras de Eduardo Jonquières llegan al Museo Sívori de Buenos Aires, por un préstamo del Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano de la Plata (Macla), su lugar de residencia.
Llegan de la mano de las cartas de Cortázar, el amigo entrañable, en una muestra que los reúne.
A mi vez, llegué a la muestra del Sívori, con la curiosidad de conocer la obra de quien fuera el destinatario de esa deliciosa colección de cartas donde Cortázar, con una frecuencias casi semanal, le cuenta con absoluta sinceridad y pudorosa reserva sus primeros momentos en París, sus vagabundeos por la ciudad, por museos y conciertos, así como el nacimiento de sus cuentos, lo que piensa acerca de ellos, y también cómo extraña Buenos Aires, aunque París le atraía tanto.
Con letra pequeña, sin dejar márgenes, en fino papel de avión para ahorrar franqueo, porque hasta unas estampillas desequilibraban su magro presupuesto de traductor, esas cartas pasaron a formar, no hace mucho, parte de un libro que volvió a unir sus nombres en la lejanía.